Día Mundial del Cáncer de Tiroides

El 24 de septiembre, se celebra el Día Mundial del Cáncer de Tiroides, con el objetivo de informar y concienciar a la población sobre este tipo de tumor.

El cáncer de tiroides es la neoplasia endocrina más frecuente (90% de todas las neoplasias endocrinas) y supone el 1% de todos los cánceres.

Según cifras de la Red Española de Registros de Cáncer (REDECAN) el número de casos estimados en España durante este 2020 será de 5.304.

Suele afectar con mayor frecuencia a mujeres que a hombres (4.180 casos estimados en mujeres vs. 1.124 en hombres) y la media de edad al diagnóstico está entre los 40 y los 50 años.

La incidencia de este tipo de cáncer ha ido en aumento en los últimos años, con un descenso en la tasa de mortalidad. Esto se debe principalmente a una mayor detección de tumores pequeños, en estadios iniciales, y otros incidentales debido a la mejor sensibilidad de las pruebas diagnósticas actuales.

Dentro del cáncer de tiroides, el carcinoma diferenciado de tiroides, que incluye al carcinoma papilar y al folicular, constituye la inmensa mayoría (85-90%).

El papilar corresponde al 80-90% de éstos y el folicular al 10-20%, y es más típico en las zonas con deficiencia de yodo. El carcinoma medular de tiroides es poco frecuente y representa el 5-8% de los casos, pudiendo tener un componente hereditario, asociado a la neoplasia endocrina múltiple tipo 2 (MEN2).

Las radiaciones ionizantes son el factor ambiental más conocido que produce cáncer de tiroides, generalmente papilar. Esta exposición puede ser con fines terapéuticos (radioterapia) o por cercanía de fuentes radioactivas (accidentes nucleares).

Como ya hemos comentado, los carcinomas foliculares son más frecuentes en las zonas con deficiencia de yodo y, al igual que en otros cánceres (como mama y colon), la obesidad se ha asociado a un incremento del riesgo de cáncer papilar de tiroides, aunque todavía disponemos de pocos estudios.

Así mismo, cada vez tenemos más información sobre los genes y vías de señalización que intervienen en el cáncer de tiroides, las mutaciones de los cuales (por factores genéticos o ambientales todavía poco conocidos) podrían dar lugar a un aumento de la incidencia de este tumor.

El cáncer de tiroides suele ser asintomático y se diagnostica en forma de nódulo tiroideo hallado por el paciente, durante una exploración física en consulta, o en pruebas de imagen.

Ante un nódulo tiroideo se suele solicitar una ecografía, que nos permite objetivar el tamaño y las características del nódulo y, en función de los resultados, una punción-aspiración con aguja fina que permite obtener material citológico para establecer el diagnóstico de sospecha e indicar la cirugía si procede. Por suerte, la probabilidad de malignidad de los nódulos tiroideos es baja (4-6,5%) y la mayoría de ellos finalmente son benignos.

La cirugía es el tratamiento de elección en el cáncer de tiroides, y se extirpa una parte (lobectomía o hemitiroidectomía) o toda la glándula (tiroidectomía total) en función del tamaño y características del tumor.

En ocasiones también se realiza la exéresis de los ganglios del cuello (linfadenectomía) si éstos están aumentados de tamaño. El tratamiento con hormona tiroidea (levotiroxina) después de la cirugía sirve para evitar el hipotiroidismo (déficit de hormona tiroidea) y para frenar el estímulo de la hormona estimulante de la tiroides (TSH) sobre los posibles restos tumorales.

En los pacientes con alto riesgo de persistencia o recurrencia de la enfermedad es necesario además el tratamiento con yodo radioactivo (I131), con el objetivo de destruir los restos tiroideos que la cirugía no consigue eliminar.

El yodo se administra en forma de cápsula a las 4-8 semanas de la cirugía y, a pesar de los escasos efectos secundarios, precisa de ingreso durante 5-7 días como precaución ante el riesgo de irradiar a las personas con las que convivimos.

Finalmente, algunos tumores con invasión local o metástasis pueden requerir de tratamientos más agresivos como la radioterapia, quimioterapia o el uso de anticuerpos monoclonales.

El seguimiento siempre debe realizarlo, entre otros especialistas, un endocrino y se utiliza como marcador tumoral una proteína que se fabrica en las células del tiroides, tanto sanas como tumorales, llamada tiroglobulina.

La tiroglobulina, tras la cirugía y el yodo radioactivo, se vuelve indetectable, de manera que su elevación puede ser sospechosa de persistencia o recidiva de la enfermedad. Además, se emplea la medición de las hormonas tiroideas y una ecografía de cuello de forma periódica, y en algunos casos también se realizan rastreos con radioyodo.

Se alcanza la remisión (curación) en la mayoría de los pacientes. Son tumores con buen pronóstico y producen una tasa de mortalidad anual entre 0,2 y 1,2 por 100.000 habitantes. Los datos más recientes de la REDECAN informan de una supervivencia neta a 5 años (2008-2013) del 93% en las mujeres y el 86,1% en los hombres.

Aún y así, y a pesar de los avances logrados en el diagnóstico, las técnicas de intervención quirúrgica, la medicación y las opciones terapéuticas, todavía queda camino por recorrer.

Se requiere un esfuerzo de investigación para identificar y contrarrestar los potenciales cancerígenos, distinguir con certeza entre la enfermedad de buen pronóstico y la agresiva, y reducir el impacto en la vida del paciente.

Unidad de Endocrinología y Nutrición de Clínica ServiDigest de Barcelona